“Para ser un gran campeón, tienes que creer que eres el mejor, si no lo eres, haz como si lo fueras” -Muhammad Ali-
A lo largo de la historia, el mundo ha conocido diversos personajes, seres iluminados que de una u otra manera han transformado el pensamiento humano.
Hombres y mujeres que han roto todos los estereotipos, que se han revelado ante las aberraciones del poder, de los gobiernos, de las injusticias, de la discriminación. Que no titubearon al defender sus ideales, sus pensamientos aun cuando esta lucha podía incluso, atentar contra su integridad y la vida misma.
Seres humanos, únicos e irrepetibles. Poseedores de espíritu inquebrantable, dotados de mentes brillantes, pero especialmente de un corazón capaz de albergar los más nobles sentimientos hacia el prójimo. Personajes sumamente diferentes, nacidos en distintas épocas, con actividades diversas, pero todos “tocados” por la bondad, la igualdad y el amor.
Uno de ellos fue sin duda alguna Muhammad Alí, un hombre que a través de sus puños luchó por la igualdad de razas, que sorprendió y desafió a su país y al mundo al anunciar su nueva fe en los años 60, que se negó a combatir en la guerra de Vietnam.
Ali se convirtió al islamismo, renunció a ser Cassius Clay al considerar que era nombre de esclavo, para convertirse en Muhammad Ali y pelear para exigir el fin de la discriminación.
Su influencia, las causas que defendía por sus creencias, junto a Jim Brown, jugador de futbol americano, los basquetbolistas, Oscar Robertson y Kareem Abdul-Jabbar o Jackie Robinson -quien fue el primer beisbolista afroamericano en ingresar a las Ligas Mayores de Beisbol-, todos ellos defendieron una misma causa: el derecho a la igualdad.
Muhammad creía en las palabras de su amigo Martin Luther King -activista del siglo XX que luchó de manera pacífica en contra de la segregación y discriminación racial en Estados Unidos- “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”, un hombre que igual que Alí luchó en pro de la justicia.
El ex campeón mundial de los pesos completos, vivió con la grandeza de un hombre íntegro, que actuó de acuerdo con sus principios, que pensó libremente, que definió como quería vivir, siempre apegado a sus convicciones.
Tal vez esto sucedió desde que era un niño, que no entendía por qué las cosas “buenas” siempre eran de color blanco y las “malas” de color negro. Para Alí el color, no era un factor determinante; un pequeño que no comprendía lo aberrante que resultaba que sus hermanos de raza fueran esclavos; hombres y mujeres de origen africano que eran traídos por la fuerza y vendidos en América, siendo considerados propiedad de sus amos, que podían ser comprados o vendidos, e incluso marcados o mutilados para impedir que se fugaran, que vivían subyugados y amenazados.
Una mente infantil que no concebía quien había decidido que los afroamericanos debían ser tratados de diferente manera, ¿quién les dio derecho a los blancos para lucrar con la vida de su prójimo, de humillarlos y hacerlos sentir inferiores?, ¿quién dijo que los blancos eran superiores?
Ese niño sabía de manera consciente e inconsciente que nada lo hacía diferente incluso una frase taladró su cabeza desde aquel entonces: “Soy el más grande. Me lo dije incluso a mí mismo cuando no sabía que lo era”.
Una ideología que lo hizo trascender fronteras, que lo llevó a ser la voz de un pueblo y el ídolo de naciones, pero que también le trajo amargos pasajes, afrentas e incluso la desaprobación de muchos quienes no estaban de acuerdo con su forma de pensar.
Alí no sólo deslumbró al mundo con su boxeo fuera de serie, sino también con su inocencia y la lealtad a sus ideales, prueba de ello es que cuando ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma 1960, peso semicompleto, lanzó la medalla al río Ohio ¿la razón?, el “el negro olímpico” como solían llamarle, no dejaba de ser “negro” y por ende seguía siendo discriminado, no importaban los méritos, sólo el color de la piel.
Muhammad, aprendió a dejar los lamentos de ser “negro” y los transformó en acciones, él no se sentó a ver pasar el tiempo, a ver si el mundo cambiaba, se enfundó los guantes y salió a pelear con todo lo que tenía, hizo temblar a todos con su forma de ser, a veces irreverente, a veces demasiado honesta.
“Servir a otros es el alquiler que se debe pagar por una habitación en la Tierra”, así es como el “Rey del Boxeo” definía su accionar.
Devoto del islamismo, de Alá, su Dios, el único, (en palabras de Alí) capaz de juzgar sus actos, quien decidiría su paso al cielo o al infierno, creencia que lo llevó a hacer el bien en muchos aspectos, que lo convirtió en una de las voces más escuchadas dentro y fuera del cuadrilátero, que vio más allá del negro o del blanco, en su andar descubrió que el mundo estaba lleno de colores, creencias, tradiciones y formas de pensar. Muchas de ellas dignas de ser respetadas.
Influyente que en noviembre de 1990 realizó una “visita de buena voluntad” para negociar la liberación de 15 estadounidenses prisioneros.
Un hombre que peleó en los tribunales y en el Congreso estadounidense para sacar adelante en 1999 la “Ley de Reforma del Boxeo Muhammad Alí”, que protege los derechos y el bienestar de los boxeadores; él no permitió que los guerreros de los encordados fueran abusados por promotores sin escrúpulos que apelaban a la poca educación de los peleadores para engañarlos y robarles las bolsas que merecían.
El niño nacido en Louisville, Kentucky, el 17 de enero de 1942, encontró su pasión dentro de la pobreza y la discriminación. Su motivación fue cambiar al mundo, hacerse escuchar, un deseo ardiente que lo llevó a realizar lo necesario para convertir su sueño de grandeza en realidad.
Orgulloso de su raza, Alí intentó borrar ese pasado amargo de una época de esclavitud, donde hombres, mujeres y niños fueron despojados de su identidad, tradiciones, costumbres, un origen que parecía haberse perdido en el tiempo, entre la maldad, la humillación y el maltrato.
Muhammad salió al mundo con la frente en alto, sabiéndose especial y dotado de “algo” que lo llevaría a estar en la cumbre, tenía la vocación del boxeo en su ser, lo supo desde que decidió terminar con los abusos de otro niño de su edad (12 años) quien le robó su bicicleta.
Guardia arriba y dispuesto a recuperar lo que era suyo, Ali no dudó en enfrentar a quien buscaba abusar de él; sin embargo, faltaba algo más que coraje, Joe Martin, un policía de su localidad lo sabía y así fue como se acercó al pequeño “diablillo” enfurecido advirtiéndole que para encarar al “ladrón” primero debería aprender a boxear.
Aún con el cuerpo de un niño, Ali electrizó a todos quienes lo vieron en sus primeros pasos por los gimnasios, él lo sabía, tenía el boxeo en sus venas “flotaría como mariposa y picaría como abeja”.
Así corrió el tiempo y se dio a conocer por su peculiar estilo, ágil, con increíbles reflejos, brincaba y se balanceaba…lo hacía como ningún otro boxeador de su época e incluso de esta; flotaba, se dejaba llevar por los movimientos aprendidos, pero también innovaba y moldeaba su propio estilo.
Dotado de una velocidad nunca antes vista en un peso completo, se movía como un ligero bailarín que sabía los acordes exactos para esquivar y “picar” en el momento preciso, en el lugar indicado.
Un fuera de serie que brilló con su propia luz y que puso por encima de la fama, el dinero y su resplandeciente carrera, sus ideales negándose a la orden que le dieron las Fuerzas Armadas de Estados Unidos buscando reclutarlo para la Guerra contra Vietnam.
Negativa por la cual pagó un precio muy alto, pues no sólo fue despojado de su título mundial, sino también lo suspendieron de toda actividad deportiva por más de tres años. Incluso estuvo cerca de ser enviado a prisión. Todo lo anterior, era de su conocimiento, él conocía las consecuencias de su decisión; sin embargo, nada de esto importó y aunque alejarse de los encordados en su época de mayor esplendor resultaba doloroso, lo sería más traicionar sus creencias, tajante y firme en sus convicciones expresó públicamente su desacuerdo con la guerra, él no estaba dispuesto a matar a sus semejantes.
Así era Muhammad Alí, un genuino guerrero que veía el mundo de una manera distinta; un “superdotado” que jamás negó sus raíces, que vivió como un grande, un ingenioso de palabra que sabía venderse y hacer de sus peleas un gran “espectáculo”.
Transmitió su fuerza a todos quienes tuvieron la fortuna de conocerlo, que igual sabía de carencias como de lujos, pero que nunca estableció la diferencia. Un hombre que decidió ser libre, que rompió las cadenas e inspiró a millones.
Alí, dejó el cuerpo que lo encerró por más de 30 años en una jaula que le robó sus capacidades motoras, cuando fue diagnosticado con Parkinson, enfermedad que de ninguna manera logró vencer su espíritu y mucho menos debilitar su corazón, ese que latió hasta el último minuto con la misma fuerza con la que estremeció al mundo.
“Imposible es sólo una palabra que usan los hombres débiles para vivir fácilmente en el mundo que les fue dado, sin atreverse a explorar el poder que tienen para cambiarlo. Imposible no es un hecho, es una opinión. Imposible no es una declaración, es un reto. Imposible es potencial. Imposible es temporal, Imposible no es nada” –Muhammad Ali-
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